Antonio Cilloniz de la Guerra

Los dominios

SINFONÍA DEL NUEVO MUNDO
(de Fardo funerario)
Nos forzaron a mirar atrás.
Una torre fue grande, ¿no? Chartres fue grande, ¿no?
Y la música. ¡Ah, la música! Pero no creas
que te estoy requiriendo a través
de la mirada de ese animal, éste
que tan hondo percibes
en la expresión de aquél a quien la muerte asedia.
Sin término se abren con la mirada de la bestia
los amantes; un niño allí calladamente a veces
levanta la cabeza y nos mira
de lejos pues la muerte cerca no se distingue.
¿Quién nos ha invertido así? ¡Ni los templos ya respeta!
Mas esto no debe perturbarnos. La vida transcurre
en mutación constante,
aunque donde algo todavía permanece
en nuestro interior
lo hemos previamente transfigurado.
Pues ser pasivo es ser no-ser, para ser
contemplado
uno y otro
otro día.
Extraño mirar lo que antes estaba en relación perenne
sueltamente aleteando. Extraño no desear ya
ni los propios deseos.
Fue el vacío lo que sintió primero
la vibración que hoy nos complace,
sabiduría de aquellos maestros del dominio.
En pocos el impulso a la acción se alza tan fuerte,
la tentación de florecer les llega.
¡Pero mira!
Tomó, desechó, escogió
y fue capaz
de hacerlo todo digno.
Mezclando bajo sus párpados somnolientos
¿quién podría haber evitado
el inundante torrente del origen?
No hay prudencia en el que dormía. ¡Cómo se vio impelido
a formas primitivas! ¡Cómo se entregó!
¡Oh, tómalas, córtalas, estas hierbas saludables
pequeñamente florecidas! Colócalas
entre los gozos que aún no nos están permitidos;
florecen y desflorecen
arrebatadas por su propio polen
recibidas como un juguete. Estas cosas
que viven en tanto que mueren
están deseando que las transmutemos por completo.
¿No es lo que buscan
un invisible resurgimiento
en nosotros?
Aunque todavía entre los hombres
podrás hallar de vez en cuando
algún pulido pedrusco
de dolor original.
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