EL DANUBIO ROJO
Bello Danubio azul,
el ruido de tu paso
es una canción de hace mucho tiempo
y fiel extiende el sentimiento de Alemania
lejos del bosque negro.
En Viena,
ya en la margen derecha de tus aguas verdes,
caminé hasta destrozar mis pies
sobre adoquines de granito
traído de Mauthausen.
Y hoy no muy lejos del Danubio
vencejos,
vencejos negros sobrevuelan
sobre los muros grises de Mauthausen
alambradas de espino tan tupidas
que ni siquiera el viento puede traspasarlas.
***
A la llegada
nada más dar la vuelta te reciben
las alas extendidas
de una inmensa águila amenazadora
con una gigantesca svástica en las garras.
Entraron por la puerta en número de siete mil
de los que cinco mil salieron por la chimenea,
como a ellos les decían.
En el anonimato de la multitud murieron tantos
y entre esos siete mil no estaban, no estuvieron nunca
los que fueron asesinados antes en la carretera,
los que murieron antes de llegar a la estación,
los que después llegaron muertos a Mauthausen.
***
Prisioneros de guerra no,
sino vencidos victoriosos de la tierra,
cautivos en el monte de la muerte
y condenados a los campos de exterminio,
uno a uno, gloriosos desterrados
del esperpéntico sainete españolísimo
en que un traidor te acusa de traición,
de sedición un sedicioso militar,
de rebeldía un sublevado general
sin escrúpulo, sin honor, sin honra;
y uno a uno entregados a la resistencia heroica
contra la vergonzosa colaboración francesa.
Republicanos, doblemente fieles,
fueron las víctimas de Franco,
son las víctimas de Vichy,
serán las víctimas de Hitler.
***
Alrededor el aire
se vuelve irrespirable
en un hedor de piel y carne chamuscada;
y al encender la máquina que extrae el gas
hasta los pájaros parados
en los aleros del tejado mueren.
Bajando 186 peldaños
hacia el infierno,
subiendo 186 peldaños
hacia la muerte,
con una piedra al hombro
desde un cuarto del peso de su cuerpo
hasta llegar a cuatro tercios de su propio peso,
escalón a escalón trepando a roca viva
en manos de torturas
y en piernas de agonías.
Alrededor,
360 voltios rodean todo el campo.
***
Un sofocante sol a mediodía,
una gélida oscuridad a medianoche,
entre relámpagos de las descargas
es el tiempo en los barracones de madera.
Ése es el tiempo;
el tiempo antes de la cantera,
que esconde la guadaña fría
con sus orines y excrementos
en un rincón,
ya en los camiones o en los trenes
del viaje hasta Mauthausen;
y el tiempo en la cantera ya en Mauthausen,
que enseña una guadaña reluciente
en cada barracón,
en cada piedra de los muros,
en cada púa de las alambradas,
en los peldaños de las escaleras,
en la fuerza que arranca de la roca, golpe a golpe, cada blo-[que
cargado piedra a piedra;
y el tiempo ya después
de la cantera en la guadaña
que silba ya en el aire
en medio de los perros:
el tiempo de la cámara sellada,
el tiempo de las ráfagas de plomo,
el tiempo de las alambradas electrificadas,
el tiempo de la aguja en la inyección letal
o el de la aguja en la extracción sanguínea como un diente
de pastor alemán, hasta dejar los cuerpos desangrados,
porque esa sangre de judíos,
esa sangre de homosexuales,
esa sangre de prostitutas,
esa sangre de antifascistas fuera de sus cuerpos,
toda esa sangre fuera de sus venas,
sin pulso ni latidos,
ahora sí que sirve
a los soldados,
ahora ya les vale
a los heridos.
***
¡Sangre de hermanos ácratas,
sangre de compañeros socialistas,
sangre de camaradas comunistas
corriendo por las venas nazis!
¡Ya en sus pequeños corazones arios
late la sangre del judío
para matar judíos,
late la sangre del gitano
para matar gitanos!
***
¿Adónde estaban las murallas de Jerusalén?
¿De qué sirvieron sacrificios y alabanzas de Abraham o de [David?
¿De qué ha valido entonces
haberlos elevado hacia el vacío,
hacia la nada?
Los ángeles custodios de los hijos de Sión
¿adónde estaban?
¿Qué fue del arco de la nueva alianza
con el pueblo elegido del Señor?
¿Qué se hizo tanta tierra prometida?
¿Adónde estaba Dios?
¿Pero qué resultó en verdad Sodoma,
o qué Gomorra,
y qué sólo un becerro de oro,
sino después la propia Roma?
Lo mismo que este nuevo muro
de mis lamentaciones
será después también el de mi muerte.
***
Gitanos,
únicos descendientes de Caín,
de la estirpe de Cam, también
parientes de una tribu de Israel
perdida en el Egipto faraónico,
todo eso han dicho de nosotros,
magos de Siria, forjadores
de los clavos de Cristo, hasta ladrones,
todo eso dicen de nosotros.
Nadie pensó mirar la bola de cristal,
fueron inútiles las ramas de romero en los bolsillos
junto al pañuelo con la sangre de la amada
del día de la boda y la navaja
con la sangre de la venganza y el honor;
ésa es nuestra balanza
para medir la vida ante la muerte.
Ninguno se leyó la palma de la mano.
¿Quién iba a imaginar que el fuego
no era para acampar a las afueras siempre
en las ciudades?
De nada sirven los conjuros hoy.
Ahora somos una caravana sin carretas
peregrinando sólo
del barracón a la cantera,
de la cantera al barracón;
¿no era que estábamos aquí
condenados a errar por todo el mundo,
de pueblo en pueblo,
de país en país,
de continente en continente?
Y, habiendo sido condenados a galeras
tras la pragmática de Carlos,
¿dejamos de viajar acaso entonces?
Y ahora, en caravanas de cenizas por los aires
sin carreta también se inicia un tránsito
al más allá,
de pueblo en pueblo,
de país en país,
de continente en continente,
siempre hacia el más allá.
***
Refriegas de animales, no batallas,
la brega a fuego y plomo
del cincel y el martillo contra la guadaña,
escaramuzas de la frente contra el pie en las escaleras,
batallas no,
sino la pugna de los cuerpos con sus sombras,
peleas cuerpo a cuerpo del sudor y de la sangre
a pies y manos contra el suelo,
contiendas de las carretillas con las piedras,
las luchas de los cuerpos con sus almas,
enfrentamientos en secreto
de las cucharas con las escudillas
y el duelo de las almas por sus cuerpos.
***
Desnudos cuerpo contra cuerpo, descarnados
clavándose los huesos de unos como huesos propios en los [huesos de otros
van entrando a las cámaras oscuras,
unos mirándose en los ojos de otros sin poder moverse,
esperando todos en medio de la asfixia
el gas irrespirable
con el picor que llega hasta los ojos antes
y hasta los labios antes que a la lengua
y en el ardor después en la nariz y la garganta
hasta la quemazón final en los pulmones
que nubla los sentidos y la mente;
y ya la muerte,
la muerte de cadáveres parados
sin lugar para caer en tierra al suelo.
Se ven difuntos que entran
al cuarto en donde arrancan a tirones,
a puro puñetazo,
a martillazo limpio dientes de oro.
Más tarde llegará también la muerte
a los estanques de agua helada a la cintura,
a los colgados por los pies
con la sangre agolpada en la cabeza;
visitará los hornos crematorios hasta ser ceniza,
mirará desde el muro de los paracaidistas
las aguas pantanosas allá abajo
y esperará asomada en los salientes de las rocas.
***
La muerte,
la muerte acompañando siempre al comandante
en el cañón de su pistola Luger,
también la muerte del teniente,
la del cabo, la del soldado raso
con su fe en los fusiles máuseres a punto siempre
y en los gatillos de las metralletas siempre firmes,
la muerte caminando lentamente entre los perros,
entre los presos,
entre los muertos;
la muerte
que ladra en los tobillos,
la muerte a dentelladas,
la muerte en un colmillo
que se anticipa a las heridas,
al estertor y salta
sobre los hombros de cada uno,
los toma por la espalda,
los abraza,
les habla susurrando apenas al oído,
en los barracones, las letrinas,
la cámara de gas,
el crematorio;
la muerte que arde hasta quedarse sin oxígeno,
la muerte entre rescoldos y en la escoria entre cenizas,
desparramada por el fondo,
acurrucada en un rincón del horno,
porque no es una sola muerte, temo,
porque tampoco es cada muerte aislada, pienso,
sino bastantes, creo, sino todas juntas, dime,
¿a que es verdad?,
José Torres Tribó, tú bien lo sabes,
que fuiste incinerado vivo.
***
Señalados uno a uno en su triángulo invertido azul
de apátrida y su número
cosido en la memoria, en la conciencia,
y también hacia afuera,
hacia los ojos del verdugo en cada gorra
y en todas las chaquetas,
pero también su número y su triángulo
solidario entre todos,
hermanos, compañeros, camaradas,
con cada número detrás, delante, a cada lado,
caído por el suelo en el estómago del hambre,
arrastrado en la sed de los riñones,
sufriendo en los orines y excrementos cálidos,
llorando por las lágrimas ya huérfanas de llanto
y los sudores fríos
tropezando con el reloj del hígado parado
y en el del páncreas sin remedio
o en el pudor del hueso ante las pieles descarnadas,
tan trémulas y pálidas,
y en el corazón ebrio de benceno finalmente.
***
Ay, la escala de Jacob, que no asciende nunca al cielo
surgiendo de la pesadilla de los sueños,
sino que en una terrorífica vigilia
desciende desde el muro de los paracaidistas
hasta caer a fondo a la cantera.
Escala de Jacob que asciende y que desciende,
que baja y sube
186 pasos,
que baja y sube
186 contrapasos.
Que hacia el infierno sube desde abajo
para bajar hacia otro mismo infierno desde arriba.
Escala de Jacob, de Salomón,
de Juan y de Santiago,
pero también escala
de Franz, de Fiedrich, de Otto.
Escala del que amaba
y se dejaba amar, sin distinción de sexos;
escala
del que con fe pensaba
sin dogmas, sin doctrinas, sin ideologías,
seguir soñando esperanzado;
escala
del que vivía sin saber de razas
esperando morir tan sólo como bípedos,
como vivíparos,
como mamíferos
y, sin embargo, trasladados como plagas de langostas,
para sufrir como animales,
como recuas de mulas,
para vivir como gorgojos, liendres, larvas, ácaros,
para tentar las sombras siempre,
de ahora, de tal vez mañana, aunque quizás de nunca,
como topos, como carcomas,
para rodar en medio de los ruidos, finalmente,
a la ceguera eterna
de la infinita oscuridad,
a la sordera eterna
de un silencio infinito,
ahí cayendo como moscas, como chinches,
como conejos.
***
Y hubo otro modo de alcanzar también la rigidez y el frío
ya no en el escalón tras cada zancadilla
sino por ser lanzado desde lo alto al aire
violentamente
y caen
verticalmente, caen arañando el aire
desesperadamente, van cayendo
tratando de vencer la gravedad, inútilmente
aferrándose al aire que traspasan con los brazos
hasta rozar algún saliente de las rocas
y abiertas ya en canal sus carnes
cayendo, irremisiblemente
bajando raudos
hasta frenar de un golpe
terriblemente
seco, como un costal de huesos rotos que al chocar
se desparraman por el fango en que el vacío acaba
y donde ahí se ahogan
si siguen vivos.
***
Allí estuvieron hombres y mujeres
incluso niños de todas las naciones
y de ninguna, los apátridas de Franco:
"Guardad la cabeza bien alta,
hoy en Mauthausen
el primer español ha muerto",
José Marfil de Fuengirola, Málaga,
muerto después de haber sobrevivido
al fratricidio, al parricidio,
al magnicidio, en su memoria
primer minuto de silencio,
aquí en Mauthausen, todos firmes,
también Antonio Benedicto
de Zaragoza, muerto
a diez días de la liberación,
entre otros, entre muchos otros, entre todos ellos;
todos nacidos en España, "¡siempre alerta
hermanos de infortunio y sufrimiento
si queremos que aquellos años
no vuelvan!", nos escribe Antonio Hernández,
liberado el 5 de mayo del 45,
en memoria de Antonio Cebrián y de José Fontanet,
sus amigos, con menos de un mes de diferencia
los dos muertos en Gusen el 41,
entre otros, entre muchos otros, entre todos ellos.
***
Siete mil españoles republicanos muertos
en Gusen y en Mauthausen.
Y ahí también estuve mudo
y sordo a los turistas bulliciosos
y yo sentía aún detrás de mí
los ladridos, las carcajadas, los insultos,
los gritos, los disparos,
hasta el silencio.
Aquí yacen los hombres sin saber de sus mujeres,
aquí yacen las madres sin sus hijos,
aquí yacen los niños separados de sus padres;
aquí yace cada uno solo
en medio de la soledad de todos.
Hasta el deseo en la desesperanza
fue una lenta y cruel agonía;
porque sobrepasó el terror a la maldad.
***
Arrodillados,
acuclillados,
sentados o hasta echados
desesperadamente algunos
optaron por vivir la muerte
sin fuerzas casi ya para ahorcarse;
porque el abatimiento quiso huír de la monstruosidad,
arrodillados,
acuclillados,
sentados o hasta echados
unos abandonaron el suplicio de tener que respirar,
muertos de pie
con una soga al cuello
para dejar atada al cuerpo
la muerte, como un perro a un poste;
de inanición murieron sin autopsia, sin enterramiento,
sin conseguir colgarse.
***
Temporalmente
la niebla cubre los horrores,
temporalmente
el humo cubre las cenizas,
temporalmente
el agua de la lluvia cubre
también la sangre,
temporalmente el tiempo
lo cubre todo,
sólo temporalmente.
***
Ahora entre la niebla
ya se oyen los motores,
ya se adivina la Cruz Roja en los camiones
transportando los hospitales de campaña,
ya está llegando el frente de la guerra hasta Mauthausen;
por esta vez el humo de la chimenea
no huele a piel ni a carne humana,
sólo por esta vez el horno crematorio
incinera precipitadamente
papeles del horror, películas de la barbarie,
fotografías del espanto.
***
Víctimas del franquismo,
víctimas del fascismo,
víctimas del nazismo,
ahora ya
con banderas republicanas,
eso sí,
ya sin svástica, sin águila,
ni centinelas,
los españoles antifascistas saludan
a las fuerzas liberadoras.
Y entonces
todos los liberados fueron recibidos en sus patrias
como mártires del horror,
como víctimas del espanto,
como héroes de la barbarie,
mientras los españoles, ya
sin el triángulo azul de apátridas de Franco,
jamás tuvieron un país al que volver.
Fueron estos los que quedaron solamente
sin vida pero vivos para revivir la muerte
porque sin patria, sin parientes, casi sin amigos, solos,
la muerte siempre fue de todos ellos,
porque de todos ellos es la mortandad
lo que perdura,
lo que pervive aún,
lo único que ha sobrevivido
permaneciendo siempre entre estos muros.