Antonio Cilloniz de la Guerra

Heredades del tiempo

MUERTE ANTES DE LA MUERTE
(de Bajo otro amanecer)

1
Escribí para los entonces no nacidos,
hoy escribiré ya para los muertos.
No has venido a ocupar el puesto de los héroes,
los hados o tal vez los dioses señalaron
la tarde en que triunfante
saliste por la puerta grande de la plaza
después de dar la vuelta al ruedo
cuando entre todos a hombros te llevábamos.
Pero es efímera la fama
de los nombres que siempre quedan
muy pronto despojados
de todo aquello que nombraban.
Hoy entre todos a hombros nuevamente
te llevamos a tu última morada,
también prevista por los dioses o los hados.
De cuanto fuiste
acumulando en vida, queda
lo que el mar ha dejado
-después de que sus aguas cubran todo
tras sí- sobre la arena al retirarse.
Para volver de nuevo
en otros como tú, como nosotros.
Y el ramo de laurel
que apenas ha servido para celebrar tus triunfos
se marchitó antes que naciese el crisantemo.
Recuerda,
no has venido aquí
a ocupar el puesto de los dioses.
Lo mismo que a los jóvenes
hoy llega para ti también la primavera
aun cuando no la sientas tuya.

2
Luchad sin tregua, mas sabed
que el último que quede en pie
es un iluso vencedor
que en breve tragará también el polvo.

3
¿Qué cosa más imperceptible que el sonido
del mar entrechocando con sus olas
en los acantilados de islas no habitadas?
Y ¿qué más leve
que el resplandor del Sol
para la caja en un sepulcro?
Nada tan apacible y tan sereno
como la súbita germinación
o deterioro de la flor y el fruto.
Nada, salvo quizá estas mismas reflexiones.

4
Después se marcharán los pájaros
con sus canciones
y yo me quedaré
oliendo a flor del bosque
cuando las sombras de la luz
caigan desde el crepúsculo
-como éste- en otras tantas noches.

5
El sueño aquí
ha terminado. Ahora
como todos me iré
a despertar
solo a mi propia muerte, que en mí duerme.
Los que se van ¿son niños siempre
con pies de ancianos
o ancianos ya
bajo la piel de un niño?

HACIA LOS BROTES NUEVOS
(de Cuanto marchitará el verano)

1
La Gran Muralla ya desmoronada,
la Tour Eiffel vencida,
la Estatua de la Libertad
sumergida en la gran bahía.
Machu Picchu precipitado al río
ya sin ningún reflejo suyo
y los restos del Partenón barridos doblemente
del Museo Británico
y de la Acrópolis de Atenas.
Toda la civilización en nueva Atlántida
-la lluvia, el viento habrán deshecho
cualquier vestigio de que aquí estuvimos-
devuelta al fango de la tierra,
convertida en escoria de la lava,
yaciendo ahora
bajo la sombra de otras cosas.

2
Las montañas serán cubiertas
por una gruesa capa
de hielo transparente y nieve pura.
Los torrentes cayendo
formarán grandes bosques donde anidarán las aves
y extensísimas praderas en donde pacerán las bestias.
Correrán otra vez los ríos en sus aguas
transparentes con numerosos peces
y entre riberas verdes
arribarán a un mar sin restos de naufragios
ni ruidos de hélices
frente a unas playas amplias
de arenas limpias.
Y azules otra vez serán los cielos
brillando con un sol más claro
y la luna estará entre más estrellas por la noche.
Todo eso ocurrirá
-oh Teócrito, oh Garcilaso-
cuando no quede nadie
que lea ya bucólicas ni que églogas escriba.

LA EXTRAÑA CONTINGENCIA DE LOS SERES
(de Cuanto marchitará el verano)

1
Esto no es polen, no es semilla al viento
de una siembra al azar.
Todo resulta ser
fortuito hallazgo de una búsqueda premeditada.
Lo mismo que la abeja
fecunda con sus patas una flor,
lo mismo que los pájaros
que entre su abono desparraman las simientes.
Y el viento es el crupier que hace girar la rueda
logrando que las formas de las dunas cambien,
que las olas desenfrenadas lleguen
a romper violentamente contra las rocas en los acantilados
o a tenderse ampliamente por la playa
hasta alcanzar el punto en que semejan ser
un perro dormitando mansamente
sobre la alfombra desplegada ante los pies de su amo.
Y el viento es quien agita esas banderas;
no en un afán de exaltación patriótica,
sino más bien en un escrupuloso empeño
por acabar deshilachándolas.
No es polen, no es semilla del viento.

2
Y el mismo viento
que me insuflara tanta vida
-aliento o desaliento-, apenas hoy será
un breve instante
en la transformación de una materia.
No la nada que se hubo convertido en algo
ni algo que volverá a alcanzar la nada,
sino algo de la nada que resulta ser,
todo lo que le falta aún
para llegar a serlo todo.
Nuestra existencia así transcurre
como algo semejante a los irrepetibles juegos
del mar sobre la arena,
del viento entre las nubes,
de la espuma del mar entre la arena presa
o de la arena de las dunas contra el viento
y de los irrepetibles juegos
del viento con las ramas de los árboles,
donde la permanencia temporal jamás nos fuera concedida
tras aquella tendencia a la celebración de aniversarios,
sino por el azar de cada movimiento
atravesando la fugacidad de los segundos
con la pesada dimensión de nuestros cuerpos.
La brusca sacudida de las alas de los pájaros
o el más leve estremecimiento de las plumas de su cuerpo
desde una sola rama logra brevemente
la agitación del resto de las hojas.
Y nuestras existencias mientras tanto siguen sucediéndose
-sin que ninguna cosa vuelva a ser lo mismo-
como si nada hubiese sucedido anteriormente.

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