En un lugar del Perú, a las tres y media de la tarde de aquel primero de abril del 44, nacía un poeta. Garuaba en Lima.
Allí, donde las ovejas ven hundirse el sol en cada tarde sobre las ruinas de los templos, donde no hay dios en lo alto del cielo, sino buitres hambrientos; entre la yerba, la lana, el maíz, la lluvia y la planta de la papa, transcurre la infancia y la primera adolescencia del poeta.
En 1961 viaja a España y en el 67, un año antes del mayo francés, se licencia en Filología Románica por la Complutense de Madrid. Aparece ese mismo año la edición primera de Verso vulgar. Su siguiente obra, Después de caminar cierto tiempo hacia el este, obtiene el premio Poeta Joven del Perú en 1970.
El poeta ha vuelto a su tierra natal en 1973. Esperando tal vez que lloviese sobre el suelo, había adquirido un compromiso social e intelectual en favor de aquellos que pusieron piedras en vez de cruces en un país donde sólo es posible la realidad, en un país que no es precisamente el país de los sueños, en palabras del propio autor.
A partir de 1974 el poeta reside de nuevo en España. Por su libro Una noche en el caballo de Troya, se le otorga en 1985 el Premio Extraordinario de Poesía Iberoamericana. Cinco años después se licencia en Historia Moderna y Contemporánea por la Autónoma de Madrid. Es entonces cuando de nuevo viaja al Perú con motivo de la publicación de su obra poética completa bajo el título de La constancia del tiempo, que dos años más tarde reedita con alguna inclusión en Ediciones El Bardo de Barcelona.
El poeta que en aquel abril mencionado nacía en Lima, esta noche de noviembre, afortunadamente para la poesía y para sus amigos, nos entrega un nuevo libro aún caliente, aún con olor a tahona mágica.
Antonio Cillóniz nos muestra hoy su obra última, la no incluida (a excepción de Panteón) en la antes mencionada Constancia del tiempo.
Este nuevo título, Un modo de mostrar el mundo, nos presenta, aparte de Panteón, ya incluido en su anterior volumen recopilatorio, siete nuevos poemarios distribuidos en dos partes: "Semejante al olvido" y "Más allá de la memoria". El libro, en palabras del propio poeta, "nace con la vocación de lograr una unidad estructural y referencial, que se manifiesta a través de la numeración correlativa, tanto de los poemarios como de los poemas, y mediante la inclusión de los libros en capítulos que operan a modo de bloques estructurales o referentes secuenciales [...] cada libro o capítulo es una realidad diferente, pero también es el desarrollo temporal y espacial del único universo que constituye Un modo de mostrar el mundo".
Libro éste cohesivo y desconcertante, extraordinariamente rico en matices y posiciones estéticas, variado en temas y recursos estilísticos y estructurales. No obstante, este libro, aparte de su belleza y sabiduría se resiste a ser encasillado. Es difícil haber conseguido tan extraordinaria unidad en tan rica variedad: poemas en verso, reflexiones, poemas en prosa, aforismos, tradición y vanguardia.
Comienza el libro con acordes de irónico "Carpe Diem", y ese tono inevitable no lo abandonará Antonio Cillóniz a lo largo del poemario.
BIENVENIDO SEAS
Goza la luz del día
que se refleja en la guadaña.
La muerte solo
se reconcilia con nosotros
que somos ya cadáveres.
Después de siglos
¿a quién puede importarle ahora
que temas tú volverte fango?
Alégrate,
pues impacientes te aguardamos.
Y si acreciento tu dolor,
perdóname.
No es el dolor de un hombre atormentado, no es tampoco la exaltación romántica de una queja, sino la actitud necesaria e ineludible de un ser que se sabe perecedero.
La imposibilidad de olvidar la muerte en Hacia el rosal postrado se traduce en reflexión constante sobre ella. La guadaña, el cadáver, la dualidad vida–muerte, el dolor inconmensurable por la pérdida de los seres queridos, están presentes en estos textos, cuyo aspecto formal nos deslumbra con el virtuosismo de condensación y economía expresiva que rige la obra. Ilustrémoslo.
MUERTE
Morirás para mí solo, muerte,
cuando deje de vivir.
Y muerta ya
–viviendo en mí–,
no podrás volver para matarme.
Otro poema que nos muestra esa condensación expresiva:
EXPERIENCIA
Me he sentado a la puerta de mi casa
y solo vi pasar
lento y grave
mi cadáver.
En la silla
abandonada
permanecía mi alma.
La poesía de Cillóniz es la poesía de la distancia, no sólo la espacial; la temporal también: la poesía del desarraigo, del abandono, de la deuda y de la añoranza, del humor aristocrático (a veces cruel) y también de la más plena ternura que se asoma tímida entre los fantasmas lo mismo que el gordolobo nace entre riscos y piedras. Un claro ejemplo:
ELEGÍA A MI MADRE
Mi ombligo sigue siendo
el último vestigio
de tu primera
separación de mí.
Después, las olas del océano
y las nubes del cielo del océano, también
del tiempo,
nos alejaron mucho más.
Al fin volvimos a juntarnos.
Para ver poco a poco cómo te ibas consumiendo. Ahora
a partir de un puñado de cenizas,
como del fuego
que dentro sofocaste
puedo reconstruír cualquier imagen tuya
en aquella caricia
de la brisa del mar
sentida al entreabrir mis manos...
No faltan tampoco en el libro cimientos cultistas, clásicos, históricos o mitológicos que sustentan poemarios como En beneficio de Eros o Panteón, y la libertad expresiva lleva al lenguaje experimental de Huellas de la mano en la escritura. Es también destacable el dominio en la conjunción temática con los personajes mitológicos que dan título a los poemas de Panteón.
Los poemas breves, los juegos conceptuales y lingüísticos, los versos deliberadamente abruptos, el uso de la ironía, el tratamiento reflexivo e inteligente de los temas, el cuidado milimétrico de la estructura y distribución, hacen de esta completa entrega una obra clara y conscientemente elaborada, medida, pulimentada, resultado de la larga y paciente labor de un creador maduro y de sabio oficio.
El conjunto es un libro consistente y fluido, original e innovador, cuya perfecta expresión del género lleva a veces a presentarnos una distribución espacial de vocablos y versos de manera que conforman una figura que muestra o sugiere visualmente el objeto o imagen a que esa secuencia de versos hace referencia.
Al igual que en el corazón del autor, hay en este libro poemas que saben a dulce hiel y otros saben a miel amarga, y desde el fondo de esa variada y rica redoma, nos guiñan las palabras de la más exquisita tradición iberoamericana: Vallejo, Paz, Rulfo...
No de otro modo, encontramos en la poesía de Antonio Cillóniz, la ofrenda telúrica –no sabemos si consciente– a sus raíces culturales: la ceremonia umbría de los pueblos del norte español y el culto inca al sol.
El lenguaje se hace brillante en Canciones de ternura y desaliento. Aparecen textos que exaltan el amor y el erotismo, textos llenos de vida con los que trata quizás Antonio de inventar una realidad diferente y gozosa mediante el amor. "Ya para qué dormir, si ahora todo en rededor será el más vivo de los sueños". Poemas como los siguientes encontramos en este bloque:
NUEVO ECLIPSE
Para llegar a ver tu casa
subí al tejado y me senté sobre el alero:
Entonces
echaron a volar
tantísimas palomas
que se hizo el alba
tan oscura como la noche.
JURAMENTO DEL SALUDADOR
Sin ti
las estrellas dejarían de brillar cada noche.
Sin ti
los peces se ahogarían en el agua.
Sin ti
los niños serían rostros pegados al cristal de la mañana.
Sin ti
el mundo dejaría de dar vueltas.
Sin ti
caerían los pájaros.
Sin ti
constantemente llovería.
Sin ti
me habría muerto.
Sin ti
algo que no siguiese siendo tuyo dejaría de existir.
Sin ti
todo tendería hacia ti
para otra vez volver a ser contigo
yo mismo.
Continuando con el tono reflexivo de algunos bloques, en Somnodor o la estética del trabajo, el autor considera sobre el poder de la irrealidad y sobre el fruto del trabajo mismo. De la mano de Somnodor nos transporta a un mundo onírico en perpetua batalla tal vez por eludir la realidad. Abandona el campo de la lógica o crea una nueva lógica con elementos del universo no humano. "Para conocer la realidad hay que tener una teoría más general sobre el conocimiento". Parecen poemas soñados.
El universo poético de Un modo de mostrar el mundo, como ya he reiterado, es amplio y denso y abundan las claves existencialistas y humanas, teselas independientes que conforman un mosaico tan completo y vario como la más rica de las realidades humanas; y cuando hablo de realidades me refiero también a esa alcoba del inconsciente y de la intuición que, aunque no calibrable, sí es real como parte integrante del corpus universal.
No sólo se repite la muerte como campanadas que marcasen las posiciones solares de los mismos días; se repiten la ternura, el ansia de vida, los haces luminosos del amor y el eros, el silencio, el sonido, el deseo y el olvido, y también se repite el concepto del sueño.
Del sueño de los poemas y otros dominios es el título del capítulo nº 7: poemas en prosa, un caleidoscopio lírico–narrativo estructurado en referentes sensuales: la acústica, el gusto, la luz y las sombras, el tacto, las esencias... y un sexto sentido de esperanza, de pedirle a la muerte nada menos que un poco de caridad por la vida, como la desesperada petición de auxilio de un vagabundo.
"El campo, en primavera, siempre está lleno de flores bellas y alegres. Mientras, tu cabeza cada vez semeja más un monte nevado. ¿No vieron ya las brumas de mis ojos demasiados campos de hermosas y felices flores marchitarse en otoño y helarse durante el invierno? "
Gaston Bachelar teoriza sobre los elementos, y para él un poeta es de la tierra, del agua, del cielo o del fuego, es decir, cada uno de estos elementos funciona en realidad como un marco desde donde y a través del cual interpretamos el mundo. Cillóniz nos muestra ese mundo, su mundo, compartido o no, desde la piedra; es según el crítico asentado en EEUU, Pedro Granados, un mundo concebido y expresado desde el interior mismo de la piedra como extraña forma de pervivencia. La oscuridad no significa enclaustramiento, sino más bien compañía, íntimo intercambio, génesis y autofecundación desde el interior productivo como hiciera César Vallejo. En palabras del mismo crítico "la piedra es como un corazón, sístole y diástole, día y noche juntos, lo interior y lo exterior conjugados en la intimidad de la piedra. La piedra es un imán irresistible, signo y cifra de nuestra condición terrenal y promesa de trascendencia".
El árbol en el jardín florecido es el último texto, quizás el poemario más reflexivo del volumen y a la vez sumamente existencial. Reflexión sobre el tiempo, reflexión sobre la condición humana y reflexión sobre el acto creativo, sobre la misma poesía y metapoesía, sobre el oficio del poeta; en definitiva también la justificación del sentido práctico del arte.
La poesía puede ser catarsis o convertirse en frustración ante la meta inalcanzable, puede servir de escudo, a veces, otras no, frente a la fugacidad de la vida, ante la constancia de la muerte, contra las ansias de perfección, bajo la sombra agridulce y callada de una soledad sin límites.
El escepticismo puede significar sabiduría, el dolor, fuente de constancia, la belleza, salvación, en este libro que, si se iniciaba en aquel tono marcadamente irónico y existencial, y discurría por un caudal a veces turbulento y otras templado en lucha humana desde la tierra, desde la piedra, por corregir el caos, acaba en una posición aún más irónica y dolorida en el modo de mostrar y de sentir un mundo.
Nadie puede negar, desde la aparente dureza, el torrente de humildad, humanidad y solidaridad que encierran estos dos penúltimos versos:
"Mi satisfacción porque esto concluya así
no va a modificar tu sufrimiento."
Desde el fondo sincero de estos poemas, desde ese pozo encendido de vida y muerte, a veces nos habla un hombre, a veces la sangre herida de ese hombre, a veces la sustancia del olvido que es la misma que la del recuerdo, a veces un niño o la sombra de un niño, a veces las voces solemnes de un coro griego, y siempre las células supervivientes de una médula espantada y derretida.
Gracias, Antonio, por tu obra y al mismo tiempo pídenos perdón por golpearnos tan abiertamente el alma con este libro.