Simetrías, de Antonio Cillóniz, poemario compilado entre 1986 y 1987, constituye una estación singular en el itinerario del poeta peruano.
En él se muestra luminoso y oscuro, al mismo tiempo. La oscuridad proviene de la dificultad de vivir en el tiempo presente. La historia imprime sus tensiones hasta la exasperación, pareciendo no ofrecer otro horizonte que el hedonismo postmoderno y el vacuo pensamiento débil. Adelgazamiento de perspectivas que para la generación de Antonio Cillóniz supone un largo camino de desaliento, de búsqueda insatisfecha y frustrada.
«No implores ante el espejo de agua negra». La frase epigramática pertenece al poeta turco Nazim Hikmet, preso durante mucho tiempo. Y con ella inicia Cillóniz sus Simetrías, intento de aproximación a la realidad de quien se sabe transitorio. Y asume su estar en el aquí y ahora con un profundo reclamo de solidaridad. Se dirige al ser humano y a los seres vivos apelando a su llaneza.
En su trayectoria poética, el poeta peruano había mostrado su tendencia epigramática en composiciones despojadas, conceptuales. Recalando en los mitos que extrae de sus fecundas lecturas y en los que se generan en su propio tiempo, los reelabora, sembrándolos de esperanza, pero sin dejar de mostrar su desesperación. Proclive a la intuición de los umbrales y sin dejar de advertir las sombras, Garcilaso, Vallejo, Neruda, le permiten ver sus propios fantasmas, los sucesivos engaños y el desencanto permanente que precipita su caída en lo cósmico regenerador. Porque la visión de la historia y de su destino personal en ella, es desoladora por la ausencia de una ética social y un compromiso efectivo y esperanzador.
El aliento épico global de su poesía es amenazado de continuo por las realidades contemporáneas. Es también íntimo, al procurar dirigir una mirada que rescate diferentes facetas de la vida cotidiana hacia un centro humanizador tan ansiado como fugaz e inatrapable.
Lo que se le aparece como bosque enmarañado y confuso halla entonces un asomo de claridad que procura disiparlo. De esa tensión surge el espacio poético en el cual conviven una ironía mordaz y un fustigamiento implacable con la solemnidad que lo reclama ritualmente situado en las horas y los días.
Fe y desencanto, anhelo y frustración, nutren estos versos que quieren hallar la correspondencia entre sentimiento y razón, entre vivencia y lucidez.
Son estas elaboradas simetrías las que nos lo muestran finalmente transparente, clásico. Aunque se nutra de las enseñanzas vanguardistas y utilice expresiones y actitudes contra-culturales.
Whitman y Rimbaud parecen imbricarse en esta verbalización poética, alquimia difícil, compleja, ardua. Y que constituye un empeño tan incesante como necesario. Porque el rostro definitivo de estos poemas es el de su gravedad: petición de autenticidad, reclamo, ver el otro lado de las sombras, recoger el propio sentimiento y experimentar los vaivenes y certidumbres de razón constituyen el movimiento que describe el itinerario en el que se aúnan para producir una voz inconfundible.