Los seis poemas aquí reunidos confirman y acentúan el carácter atípico de la poesía de Antonio Cillóniz dentro del panorama hispanoamericano de hoy. En esta época que ama autodefinirse como pospolítica, donde predominan el desencanto y el cinismo, vuelve a proponer un proyecto profundamente enraizado en los temas más candentes de esta fase histórica. Recupera el aliento de una poesía que prefiero definir civil antes que política, para evitar cualquier malentendido y cualquier confusión con una poesía declamatoria y panfletaria, que ha resultado siempre ineficaz para la política y para la literatura misma. O que, tal vez, puede ser caracterizada como poesía política a secas, si se vuelve a la etimología de la palabra, que la vincula con la polis y la dignidad del ciudadano.
En este caso, se trata de textos que iluminan aspectos decisivos del presente y de un pasado que sigue afectando con sus horrores la vida contemporánea.
En el primer poema –el único ya publicado en un libro anterior– el título alude a la Doctrina Monroe que, a comienzos del siglo XIX, bajo la consigna ambigua que reivindicaba América para los americanos, prefiguró la política imperialista de Estados Unidos hacia la otra América recién liberada de la dominación española. Para llegar al núcleo central de este diagnóstico, el poeta emprende un largo recorrido, que empieza desde muy lejos.
La escena originaria es la conquista europea de América, que destruye o somete las poblaciones nativas y echa las bases del sistema imperialista. Cillóniz no duda en utilizar categorías que algunos consideran trasnochadas, en homenaje al sistema de la moda, que piensa exorcisar los hechos cambiando simplemente su nombre. El pecado de origen de esta relación perversa se encuentra en la iniquidad –para emplear la expre-sión de Bartolomé de Las Casas– que marca desde el comienzo la relación del mundo hegemónico con el mundo indígena americano.
Esta actitud se manifiesta a partir del siglo XIX en las agresiones contra los otros pueblos del continente, realizadas en nombre justamente de la Doctrina Monroe. Pero luego esta misma voluntad de potencia empieza a afectar a todos los pueblos del mundo, en nombre de una supuesta misión salvífica del pueblo elegido. En la realidad, se trata de una coacción a repetir, que termina transformándose en un verdadero boomerang, puesto que la violencia genera otra violencia, en una espiral perversa, que ya no se puede detener. Las ruinas de las Torres Gemelas y sus víctimas son el resultado siniestro de una guerra desencadenada en todo el mundo.
A través de esta recuperación de una dimensión histórica, la poesía se ofrece como un instrumento para interpretar el caos contemporáneo. Pero cumple esta tarea no tratando de usurpar el papel de las ciencias sociales, sino justamente a partir de los instrumentos específicos de la poesía. Para emplear los términos de uno de los filósofos más sensibles a la dimensión estética, Giambattista Vico, Cillóniz consigue ese resultado utilizando la sabiduría poética.
El aspecto fundamental de continuidad con sus anteriores libros de poesía es la presencia de un estilo seco, esencial, casi austero. Todo elemento meramente decorativo queda drásticamente eliminado, en busca de la realidad profunda de los acontecimientos y de los mismos sentimientos. El lenguaje empleado mezcla con gran eficacia la materialidad, a menudo dolorosa, de los hechos con la dimensión simbólica, consiguiendo una fusión perfecta entre las dos instancias.
Este mismo equilibrio se encuentra en el segundo poema, dedicado a la experiencia de los campos de concentración y de exterminio nazis. Es inútil subrayar la dificultad tremenda de enfrentarse con este tema, pero al poeta –como ya lo vimos–– no le falta el valor. Pesa, sobre este concentrado de horrores, la idea de su inefabilidad, también por el riesgo de incredulidad que conlleva su representación, como nos ha aclarado de manera desgarradora uno de sus testigos más altos, Primo Levi. Pero influye, al mismo tiempo, la célebre frase de Adorno sobre la imposibilidad de hacer literatura después de Auschwitz.
Para Cillóniz estas razones constituyen, en cambio, un estímulo para emprender su hazaña poética, a partir de un estilo iterativo que subraya rítmicamente su viaje en el infierno. La memoria de los textos bíblicos, que establecen un contrapunto con la tragedia contemporánea, le ayuda a proyectar esos acontecimientos en una dimensión universal, fuera de la contingencia. Pero, al mismo tiempo, dentro de la catástrofe universal que los campos de concentración representan, –donde al lado de los judíos, no se olvidan los presos políticos, los gitanos, los homosexuales– destaca una catástrofe particular, que no tiene remedio ni catarsis posible. Los internados españoles sobrevividos, cuando se abrieron las puertas del Lager con la llegada de las tropas aliadas, no pudieron recuperar su patria, puesto que la habían perdido con la guerra civil.
Con el tercer poema, "En esta nueva Arcadia", entramos directamente dentro del presente sombrío del mundo de hoy. El poeta acepta un reto una vez más extremadamente difícil: tratar poéticamente uno de los temas más antipoéticos, o sea el dominio creciente, tentacular, de la finanza en el mundo de hoy. Desde el mismo título aparece la dimensión irónica, como antídoto contra las pretensiones de estos poderes oscuros de presentarse como benefactores de la humanidad.
En este poema vuelve a proponerse también la relación dialéctica con la obra de Vallejo, que ha alimentado desde sus comienzos el itinerario poético de Antonio Cillóniz. Una vez más el poeta elige el camino no de la imitación –que resultaría fatal– sino del diálogo creativo con ese monumental paradigma del pasado reciente. Construye así un equivalente original, relacionado con nuestro presente, de algunos de los Poemas humanos, donde se reflejaba con toda su carga de sufrimiento la crisis de 1929. Dentro de las diferencias estilísticas entre los dos poetas, el elemento común es una capacidad análoga de restituir en términos poéticos la dimensión física del dolor. En ambos casos, a la frialdad de los datos estadísticos se contrapone el sufrimiento real de seres humanos concretos, y no de abstracciones simbólicas.
"Nada ni nunca nadie" representa desde el mismo título el triunfo de la negación. En este poema el lenguaje dominante es el que se refiere al mundo del circo. A partir del célebre lema romano "panem et circenses", símbolo antiguo y siempre vigente de la demagogia, la estafa cometida contra los pueblos del planeta aparece como un juego perverso. En este universo artificial, los personajes se presentan "con sonrisas y lágrimas pintadas", como los payasos. El poeta actualiza la imagen antigua del "gran teatro del mundo". Es un escenario donde las que dominan son las leyes del mercado, que significan una agresión continua contra los débiles. Es el teatro donde triunfa la distribución inicua de la riqueza, una mesa donde a los damnés de la terre le tocan sólo las migas que dejan los que se hartan en un banquete cínico.
A partir de este cuadro siniestro, se levanta la voz de los millones que no tienen nada. Pueden por lo menos echarles en la cara a sus opresores que no necesitan de ellos. El sistema democrático tan exaltado (al punto de exportarlo con las armas) es un mero disfraz del poder real. Lo mismo vale para los políticos y para los que administran la justicia en forma parcial y clasista. Por eso ha llegado la hora para "que hagamos trizas vuestros sortilegios y espejismos". En el gran teatro del mundo reina la mentira, pero las víctimas ya no se resignan a su destino. Dentro del poemario, y a pesar de la secuencia de negaciones ya destacada, este texto es el que en forma más explícita llama a la lucha.
En esta representación dramática de la escena contemporánea no podía faltar la tragedia de los que huyen de la guerra y de la miseria. El título, "Condenados a la Atlántida", expresa una dolorosa ironía. La Atlándida no es hoy el continente perdido del que hablaba ya Platón, buscado durante siglos por la imaginación europea. Ahora es el horizonte donde se acaban las esperanzas de los prófugos. Los que no terminan su vida entre las olas del mar, tienen que enfrentarse con los muros y las alambradas levantados por los que defienden su estilo de vida de los asaltos de estos desesperados. Incluso para los que consiguen llegar a la "tierra prometida", se abre otro calvario interminable. El poeta no olvida ninguno de los detalles espeluznantes que llenan las crónicas de este éxodo. Consigue así que el lector advierta, junto con la indignación moral, todo el aspecto material del dolor.
La experiencia del sufrimiento reúne las insidias ancestrales del mundo natural con las del "bípedo y bimano lobo" del mundo moderno. Así todo un universo humano tiene como única opción la de pasar de un infierno a otro infierno. El horror de hoy propone una analogía impresionante con los acontecimientos de un pasado reciente, que parecen no haber servido para nada. La ironía se hace a cada paso más dolida, como en el juego verbal entre "descolonizar" y "deshumanizar". Es un crimen que tiene, por otra parte, raíces lejanas, en la ya recordada iniquidad lascasiana. Así como existe una continuidad perversa entre la tragedia de la esclavitud y el racismo contemporáneo. Al final del poema, el naufragio de los prófugos adquiere la dimensión universal de un naufragio de la misma humanidad.
El breve poema que cierra el libro, como lo sugiere su título, tiene como objeto el oro de las Indias. Todas las crónicas de la conquista de América están llenas de esta obsesión, destinada más al puro despojo que al enriquecimiento de la potencia colonial. El galeón hundido es el símbolo de una tragedia grotesca. El poeta subraya esta dimensión con la imagen mitológica del Rey Midas, pero de un Rey Midas fracasado. Termina postulando una suerte de reversión de la historia, que permita a los que se hundieron en el barco de tener una muerte digna, no asociada al saqueo. La imagen de este naufragio establece así un contrapunto entre el pasado y el presente. Para utilizar las palabras de un peruano de hoy, Aníbal Quijano, es el triunfo de la colonialidad del poder, que sigue representando hasta hoy una cadena para los pueblos.
Con estos seis textos de Antonio Cillóniz, la poesía recupera su capacidad de ahondar en la historia dramática de nuestra época y de reanudar la relación profunda con el espíritu comunitario. Una vez más, coincide con el querer "interhumano" celebrado por César Vallejo.